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domingo, 31 de julio de 2016

Del laboratorio al show. Incoherencias y errores de la ciencia mediática


LA NACION,  31 de julio de 2016
 
En una época fascinada por las certezas rápidas, las investigaciones científicas ganan impacto social, mientras persiste el desconocimiento sobre un campo cruzado por intereses y necesidades de publicación
Ilustración: Decur
Ilustración: Decur.
Un día, la noticia es que un vaso de vino cotidiano puede ayudar a combatir las grasas; otro, que el mismo vaso oculta calorías. Un día, el chocolate es una panacea contra el cáncer. El otro, cuidado que si no es amargo puede más bien provocar cáncer. La pizza es la comida más adictiva, los perros se estresan con abrazos humanos, los lectores de Harry Potter no votan a Donald Trump.

Y otras mil contradicciones e irrelevancias vendidas en tamaño título, que resultaría ocioso repetir (basta apelar a la memoria o a Google). Pero son "verdad" porque lo dice la ciencia. O algo así: como se aclara -siempre más abajo- se trata de un estudio de la Universidad de? (complete los puntos suspensivos con el nombre de cualquier ciudad del medio oeste de Estados Unidos). Tanto se ha extendido la fórmula que hasta es parte de chascarrillos, chistes menores de ambientes académicos o comunicativos, filonerds.
¿Es que la ciencia se ha vuelto tan incoherente, tan volátil, que sus descubrimientos se suceden y se solapan y se contradicen cada vez que se publican? ¿Hay algo que funciona mal en el uso que dan los medios de comunicación a los insumos científicos? ¿O son los científicos los responsables? ¿O tal vez es el sistema que los impulsa a "publicar o perecer" y que genera ciertos niveles de incoherencia? ¿Acaso es la era de la comunicación instantánea, donde las noticias se tapan unas a otras, que está afectando también una de las actividades humanas por las que vale sentir orgullo?

El cómico inglés John Oliver hace poco mostró minuciosamente estas dificultades en su show nocturno Last Week Tonight (emitido por HBO en el original y con más de siete millones de visitas en YouTube), d
e las que se rio y culpó más a los medios, sobre todo a la TV estadounidense.
Pero ese medio no es el único responsable. Bien visto, el problema es mundial y atañe a cada persona que trabaja en el campo científico, o en la Ciencia con mayúsculas, que aún estructura tanto los mayores miedos (terrores nucleares, virus de laboratorio) como esperanzas (vivir en otros planetas, curar enfermedades) de la especie autodenominada Homo sapiens. Es posible que los daños colaterales de no hacer bien su divulgación se paguen en desviaciones, seudociencias y mitologías varias.
Para Melina Furman, bióloga y magíster en Educación de las Ciencias por la Universidad de Columbia, el asunto pasa por la discordancia entre lo que el periodismo hace y el contenido real de la ciencia, que no siempre resulta tan sexy (sobre todo para los contenidos periodísticos que hoy buscan el entretenimiento). "Los resultados que produce una investigación científica son casi siempre mucho menos rimbombantes que lo que necesita un buen titular periodístico para ser atractivo. Así, un titular correcto pero aburridísimo como ?Un extracto de vino tinto hace que células cancerosas se reproduzcan más lento en una cápsula de Petri' para ser publicado termina transformándose en ?Media copa de vino ayuda a curar el cáncer'."

Sin embargo, Furman no cree que eso mine la ciencia como institución: "Hay cierta fascinación de los medios y de la población en general con la ciencia como vehículo que da certezas rápidas para temas que nos preocupan (de salud, especialmente) o nos dan intriga (el amor, la felicidad, el comportamiento humano en general). Pero, al mismo tiempo, esa fascinación y confianza van acompañadas de un desconocimiento total acerca de cómo funciona la ciencia". Lo que queda, entonces, es cierta esperanza abstracta que no entiende las razones de su funcionamiento; como otra manera de la fe (vade retro).
Luis Quesada Allué, investigador principal del Conicet y jefe del Laboratorio de Bioquímica y Biología Molecular del Desarrollo de la Fundación Instituto Leloir, acuerda en que "las comunicaciones serias de hechos y datos concretos llegan generalmente distorsionadas o exageradas al gran público". Señala que son tres los problemas e incorpora una autocrítica. "Uno, el teléfono descompuesto en cuanto al significado de un descubrimiento. Dos, la sobrevaloración/proyección de resultados que hacen algunos científicos (presionados para que les acepten el paper). Y, tres, la exageración de periodistas que aceptan todo lo que les dicen y lo potencian."
Desde luego, en su programa Oliver retomó temas ya señalados y discutidos, aunque cada vez más exagerados. El epidemiólogo y divulgador británico Ben Goldacre tiene una hipótesis, expuesta en su libro Mala ciencia (2008): "Las personas que dirigen los medios de comunicación son titulados en áreas de humanidades con escasos conocimientos sobre ciencia que además se enorgullecen de su ignorancia en la materia", dice, y agrega que de alguna manera se vengan de no estar al tanto de lo más importante que genera la humanidad. Quizás exagere. Pero agrega algo de la situación laboral de los periodistas a los que les falta tiempo para estudiar los temas y colegas con quienes compartir el trabajo en las redacciones, entonces deben escribir más? y terminan haciendo la más fácil. Quizás exagere. En todo caso, la aparición de la especialización y profesionalización progresiva del periodismo científico (en el país existe una Red Argentina de Periodismo Científico que trabaja en tal sentido), así como de científicos que sienten como un deber comunicar bien y tratan de mejorar el modo en que lo hacen (libros exitosos, programas de TV y hasta shows de teatro) son modos de entibiar una situación por momentos gélida.

Temas fashion

Diego Golombek, investigador del Conicet y director de la colección Ciencia que Ladra (Siglo XXI), coincide en que "en el camino desde la investigación científica hasta su difusión en medios masivos hay una clara sobresimplificación del mensaje y, peor aún, en muchos casos, una tergiversación del mismo". Y agrega que los temas noticiables no son del todo representativos del total de las investigaciones. "El porcentaje de temas fashion de la ciencia (perros que se abrazan, chocolate para las embarazadas, y demás) es mínimo pero, claro, suelen ser los más atractivos para difundir. El problema muchas veces radica en el trayecto entre una historia científica -usualmente larga y con pocos puntos rutilantes- y su versión noticiada, en que por cuestiones de espacio y de visibilidad se deben dejar afuera muchos aspectos centrales de la investigación y, en el peor de los casos, lo que queda afuera es, sencillamente, la ciencia."
Pero alguna responsabilidad tiene la organización actual del trabajo científico. Eso señala al menos el sociólogo de la ciencia Pablo Kreimer, doctorado en Francia. "La dinámica de la ciencia contemporánea hace que los investigadores, sobre todo en los países más avanzados como Estados Unidos, tengan que inventarse temas donde no trabaje todo el mundo (y donde no pueden competir con los más ?grosos', porque en la ciencia están las élites, las clases medias y los sectores populares, como en cualquier sociedad). Entonces, muchos terminan eligiendo temas absurdos o marginales."
Jorge Aliaga, físico y ex decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, acuerda con el diagnóstico y remarca otros dos errores de funcionamiento de la ciencia actual: "Ha aumentado mucho la cantidad de artículos retractados y también hay una proliferación de revistas malas, muy malas, donde se paga para publicar cualquier cosa, y donde es poco creíble lo que salga de allí".
Mico Tatalovic, editor de la revista inglesa New Scientist, sostiene que existen algunas conductas equívocas de parte de los científicos. "Hay mucha presión para publicar cada vez más papers, baja calidad e incluso revistas con revisores paupérrimos, además de un escaso nivel de incentivos para reproducir estudios y determinar si son de fiar o no. Todo esto lleva a una situación en la cual incluso la investigación publicada puede ser cuestionable."

Fuentes y fuentes

En general, a los medios no les importa de dónde salió la información, sino que sea de "un científico o investigador", que parece bastar como apelación de autoridad. Luisa Massarani, investigadora en Fundación Oswaldo Cruz (Brasil) sobre temas de comunicación de la ciencia y coordinadora para América Latina del portal SciDev.Net, es consciente de la limitación que tiene el periodista para contextualizar. "Por ejemplo, para decir que hay estudios sobre el café (o el vino, el huevo, la marihuana) que tienen resultados distintos pero por cuestiones de metodología empleada o de objetivos o vinculadas a quién financia la investigación." Es algo que el periodista debe saber, remarca, aunque luego no pueda publicarlo.
Según Tatalovic, "el problema es que muchos medios tradicionales carecen de periodistas especializados en ciencia, que rápidamente puedan dar cuenta de la calidad de los resúmenes de prensa y los artículos originales en los que se basan. Esto hace que periodistas generalistas escriban y emitan informes con poca investigación, o sin poner los nuevos descubrimientos en su contexto apropiado".
Tatalovic, nacido en Croacia y con varios años de residencia en Londres, sostiene que otro problema tiene que ver con el lugar en que los editores de medios colocan a los temas científicos. "Aquellos productores y editores que no tienen una formación en ciencia o no aprecian cómo la ciencia funciona, y por qué es tan importante, incluyen las noticias de ciencia como relleno, un pequeño espacio de diversión, más para entretener que para informar o como materia de análisis", añadió.

Quesada-Allué también desliza otra instancia de error: periodistas que dan como un hecho algo que es apenas "posible", y equivocan correlaciones con casualidad. "Las correlaciones son peligrosas porque son estadística pura. Si alguien publicara que comer carne tres veces por semana disminuye las borracheras (datos argentinos comparados con los de Japón, donde comen poca carne) y muestra los números de 10.000 personas (muy significativo estadísticamente), sería un disparate porque lo que pasa es que los orientales son menos resistentes al alcohol. Esto es burdo, pero en otros casos no se ve tan fácil donde está mal la correlación." Hay un sitio web que reúne decenas de correlaciones falsas, que van desde la relación de la disminución de piratas con el cambio climático hasta el aumento de personas ahogadas cada vez que Nicolas Cage hace una película.
Gerry Garbulsky, organizador de las charlas TEDx RíodelaPlata, alerta que muchas veces lo que se saca fuera de contexto es el experimento. "En todo lo que tiene que ver con la salud, el comportamiento y los sistemas complejos, es incorrecto tomar el resultado de una publicación científica (por más que tenga referato y sea una publicación prestigiosa) y extrapolar resultados más allá de las condiciones en las que fueron hechos. Hasta que no haya muchos papers que lo reproduzcan y ratifiquen, es poco serio decir mucho, más allá de las condiciones del experimento original, que suele ser una versión muy simplificada de la realidad." Por eso, "si querés sostener (casi) lo que quieras vas a encontrar un experimento publicado que apoye tu argumento. Que exista ese experimento no quiere decir que tengas razón", añade.

¿Cómo cambiar un panorama tan equívoco? Guadalupe Nogués, bióloga que lleva adelante el sitio Cómo sabemos (comosabemos.com), tiene algunas propuestas. "Esto se podría solucionar un poco, creo, si el público general comprendiera mejor cómo se genera el conocimiento científico, y si esta generación del conocimiento estuviera incluida en el relato de la noticia comunicada. Porque, en general, lo que nos cuentan de ciencia los medios es sólo el resultado desprovisto de información esencial, como por ejemplo ¿cómo se averiguó?, ¿en ratones o en humanos?, ¿cuán grande era la muestra?, ¿qué se sabe ya de ese tema?, ¿el resultado es confiable?, ¿el descubrimiento es realmente novedoso?, ¿concuerda con lo que ya se venía sabiendo o no?, ¿la investigación la hizo un organismo público o privado?, ¿hay una empresa con intereses detrás?".
Claro que responder todo eso llevaría mucho más del tiempo o el espacio disponible porque en periodismo ambos son tiranos. Pero las preguntas podrían servir como ayuda para un periodista en apuros, e incluso para "alfabetizar" científicamente al público. Por lo menos, hasta que haya un estudio de la Universidad de Connectitut que sostenga lo contrario.

http://www.lanacion.com.ar/1922776-del-laboratorio-al-show-incoherencias-y-errores-de-la-ciencia-mediatica

lunes, 17 de junio de 2013

El acceso a la ciencia y sus beneficios, un derecho humano ignorado



Javier Salas , Materia.es 15/06/2013


Un artículo en ‘Science’ reivindica que se consolide el derecho humano al acceso a la ciencia y sus innovaciones, recogido por la ONU desde 1966 pero ignorado por la sociedad y los gobiernos


¿Qué es la ciencia? 
La ciencia no es gente en bata blanca metida en laboratorios descubriendo cosas abstractas de confusa utilidad. La ciencia es medicamentos para las enfermedades tropicales olvidadas, es electricidad para rescatar nuestras vidas de las tinieblas, es agua potable y saneamientos adecuados para evitar la propagación de pandemias, es hacer el mundo más comprensible, es salvar especies en extinción, es alimentar dignamente a todos los humanos, es empatizar fácilmente con cualquier persona del planeta gracias a las nuevas tecnologías. Todo eso, y muchísimas cosas más. Tantas y tan importantes, que el acceso a la ciencia y sus logros es, sin lugar a dudas, un derecho humano de primer orden.

Así lo reconoce desde 1966 la Carta Internacional de los Derechos Humanos, en el artículo 15 del llamado Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, que cuenta con la firma de 160 países. Todos ellos “reconocen el derecho de toda persona a gozar de los beneficios del progreso científico y de sus aplicaciones”. Además, los ciudadanos tienen derecho a “beneficiarse de la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas”. Es más, los estados firmantes deben tomar las medidas “necesarias para la conservación, el desarrollo y la difusión de la ciencia” y se comprometen a respetar la indispensable libertad para la investigación científica”.

“Hay poca conciencia de este derecho. El mayor obstáculo es la actitud hacia la ciencia”, lamenta una experta

La ciencia, como vemos, es un derecho humano, pero está lejos de considerarse así por la sociedad y los estados que deberían velar por el cumplimiento de este pacto. “El artículo 15 recoge el derecho de toda persona a gozar de los beneficios del progreso científico y de sus aplicaciones. Sin embargo, hay poca conciencia de este derecho, en parte debido a la falta de entendimiento en cuanto a qué tipo de obligaciones legales impone a los estados y qué tipos de derechos debe proporcionar”, explica a Materia Audrey Chapman, que firma un artículo en el último número de Science reivindicando atención y protección sobre el derecho a la ciencia.

Parece evidente que se trata de un derecho demasiado abstracto y que alguien debe bajarlo a la tierra, darle forma, articularlo y sentar las bases para que los gobiernos se sientan obligados por ese texto. Le corresponde al Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, que supervisa el pacto, “adoptar una declaración oficial sobre el significado y la aplicación del derecho que proporcione orientaciones claras sobre los pasos que deben dar los gobiernos para su aplicación”.


El acceso abierto y otras trabas

“Si el comité interpretara el artículo sobre el derecho a disfrutar de los beneficios del progreso científico y de sus aplicaciones proporcionaría al fin una interpretación oficial”, explica Chapman, profesora de Ética Médica y Humanidades de la Universidad de Connecticut. Ese tipo de declaraciones, como las que hizo en su día para el derecho al agua o a la comida, vinculan a los estados firmantes del Pacto y que están obligados a cumplirlo.



Pero el comité es reticente a dar una directriz debido a la complejidad de todos los aspectos que están en juego en torno a la ciencia y su aplicación. Por ejemplo, la conflictiva cuestión de la propiedad intelectual de los avances científicos. Se trata de una batalla mucho más que compleja, que enfrenta a gobiernos y multinacionales por patentes de medicamentos o que llevó al mártir de la causa del open access, Aaron Swartz, a verse acosado por las autoridades de EEUU tras descargar millones de artículos académicos.

“El tema de la propiedad intelectual es un tema importante”, aclara Chapman, “pero un mayor obstáculo potencial es la actitud hacia la ciencia”. “La ciencia casi nunca es abordada desde la perspectiva de los derechos humanos. Tradicionalmente, la ciencia es tan sólo un área de estudio y para la búsqueda de conocimiento. Más recientemente, la ciencia se ha identificado como un instrumento para estimular el crecimiento económico y mejorar la competitividad. Es necesario enfocar la ciencia desde la perspectiva de los derechos humanos para que sea vista principalmente como un medio para mejorar el bienestar humano”, resume la investigadora.
Movilización científica

En este momento, el mundo de la ciencia se está movilizando para proporcionar a ese comité de la ONU las herramientas legales, intelectuales y académicas que faciliten que otorgue ese poder vinculante a un derecho humano tan decisivo como el que recoge el artículo 15 del pacto. Por ejemplo, por medio de un congreso organizado a tal fin por la editora de la revista Science, la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia.


“La ciencia debe ser vista como un medio para mejorar el bienestar humano”, asegura Chapman

La relatora especial de la ONU para los derechos culturales, Farida Shaheed, ya hizo una gran aportación hace justo un año, al presentar un informe ante la Asamblea General de la ONU titulado: “El derecho a disfrutar de los beneficios del progreso científico y de sus aplicaciones” (PDF).

Farida Shaheed señala en su informe que los gobiernos deberían garantizar a todas las personas el acceso sin discriminación a los beneficios proporcionados por la ciencia y la tecnología, la oportunidad de contribuir a su desarrollo, la participación en la toma de decisiones científicas por medio de la información y fomentar la conservación, desarrollo y difusión de la ciencia y la tecnología. En resumen, poner a disposición de cada ser humano las innovaciones esenciales que permitan vivir con dignidad. Ni más, ni menos.


REFERENCIA 
'A Human Right to Science' DOI: 10.1126/science.1233319

Javier Salas

Javier Salas
Periodista especializado en información científica, tecnológica y medioambiental. Antes estuvo dos años y medio en la web de Informativos Telecinco y cuatro años y medio en Público.

original disponible en : http://bit.ly/12h0m6Y